Y nada más...
Despierto. Las atronadoras lágrimas de las oscuras señoras celestiales asaltan las translúcidas ventanas de mi celda. El eterno techo blanco amenaza con caer, aplastante, sobre mí. Me siento en la cama, duro colchón de clavos envenenados. Los sangrantes brazos del astro rey me azotan con violencia acostumbradda tras su encarnizada lucha celestial. Las mantas grises caen derrotadas al suelo carcomido. Me calzo mis marrones zapatillas y me levanto. Graves tambores atronadores avanzan hacia el baño, la desvencijada puerta se abre tras una algarabía de crujidos. ¡Oh, tú, espejo, que cada mañana me saludas con esa tez envejecida, mustia, ¡aparta de mí tu fría mirada, muerte, dolor, miedo! La clave de la vida moja mi rostro, marcando los áridos cañones profundos de mi piel. Salgo del baño al compás de los tambores y llego a la cocina, tenuemente iluminada. Un sonido electrizante y un flash a continuación dan algo de vida al solitario lugar. La campanilla del microondas me sobresalta mientras mastico con fuerza la dura hogaza de pan, amargamente acompañada. Vuelvo a mi diminuta prisión, abro el antiguo armario de caoba y descuelgo un único traje negro, con oscuros pantalones, camisa gris y negra corbata, con unos zapatos marrón oscuro. Vestido así de esta muerta guisa, salgo a recibir el día: la lluvia al momento me cala hasta mis ancianos huesos, enfría mis débiles músculos y vuelve, si cabe, aún más oscura mi ropa. El alado carro de fuego continúa su lucha contra las oscuras señoras, sin piedad, dejando un reguero de su cálida sangre por la bóveda grisácea, demasiado pobre como para aportar calidez a mi congelada alma. Sonidos altisonantes y flashes de luces acompañan mi lento paseo por la trémula calle. De pronto, una algarabía de luces, gritos y bocinazos se derrumba sobre todo mi ser y después, luz. El sol ha vencido por fin y ahora ilumina toda la calle, mi antigua celda y los alrededores, alegrando ahora el antes frío ambiente con su abrasador calor. A mi alrededor, los árboles mustios rejuvenecen, los jardines secos florecen y las sombras de mi pasado resurgen, brillantes. A mis pies yace mi celda, mi prisión, mis cadenas, bañado todo en carmesí ambrosía. Y nada más...
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© Santiago Gómez 11..04.2011
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